Darío Santillán

Los días en Monte Chingolo, en pleno conurbano bonaerense, estaban poniéndose moviditos. Eran los finales de la década del 90, una época llena de dolores.

Al comedor del barrio “la fe” comenzaron a venir unos pibes, cuenta “el mula” vecino de unos 50 años. Estaban terminando el secundario en la escuela que queda a un par de cuadras. “Queremos dar una mano en lo que sea, el hambre esta pegando fuerte, y las familias necesitan” decían con bronca, pero con ganas de ponerle el pecho.

En ese momento cocinábamos en la casa de la Susi, pero era un bardo… entonces salio la idea de levantar un galponcito, para poner unos tablones, y bancos; y que sea de todos los vecinos, así como comunitario… ¿Y a donde?... uno de los pibes, barbudo él, pero bien adolescente, de rulos, medio metalero, propuso copar unos campitos cerca de la casa de la vieja… que era un basurero…

Y ahí nomás, el guacho empezó a organizar… que dos chapas de la Mirta, José trajo con el carro algunos tirantes, que una cocina echa percha de allá, los caballetes de acá…

Y las reuniones… “fundamental”, para ponernos de acuerdo en el que hacer…

Y después para planear como aguantar “la toma”, porque nos enteramos que el basurero era propiedad de una empresa que se fue de la zona. Varios de nuestros cumpas laburaban ahí, “eran unos zorros” gritaba José, pagaban cunado querían, y encima se fueron dejando a todos en la calle.

Día a día fue infernal como vino la gente, no te miento, la necesidad era mucha… pero al mes se armo un despelote bárbaro, la mercadería no alcanzaba ni ahí. Algunos poníamos unas chauchas, pero ni para ensalada servían esas chauchas. Había como 70 familias en la puerta del galponcito, que lo habíamos bautizado “la dignidad”. Un revuelo, todos gritándose sin entender que nos pasaba…

Y en eso, lo veo al barbudito agitando la campera de cuero para que lo escuchen… se hizo un silencio… empezamos a chamuyar de a uno, a escucharnos los problemas, y como salíamos de esta, quienes eran los responsables de que en los barrios la estemos pasándola tan jodida, y que otros estaban llenándose de guita… y salía lo que habían echo los milicos, y los empresarios, y los gobiernos, y que Bla, Bla…. Y se propuso de ir a reclamar a la avenida para que el resto de la sociedad supieran del hambre y de los que sufren… ahí me parece que nos dimos cuenta que estábamos todos juntos y que éramos un movimiento.

El corte de ruta fue la manera que encontramos para hacernos escuchar. Que polenta la de esos pibes, no daban una energía a todos, y los viejos éramos los mas agradecidos, nos hacían sentir jóvenes como ellos.

Todavía lo veo al flaco… en la bloquera, sonriendo detrás de la barba, laburando con la música a todo lo que da. Fumándose un cigarro con el resto de los pibes en la esquina, a los que les hablaba para que se pongan las pilas, para que se sumen al movimiento, levantándoles el ánimo para que le pongan el pecho a la vida como habíamos echo nosotros. Decía “la única lucha que se pierde es la que se abandona”, y contaba que eso lo decía otro barbudo que se le parecía… Iba como hormiga de acá para allá, porque después fuimos un montonazo de barrios, y organizaba asambleas entre los vecinos, las marchas… corajudo el pendejo… cuando salíamos iba adelante, una goma al hombro, y el pañuelo para que la yuta no le mire la cara, pero si los ojos… porque los miraba fulero a los ojos…

Me acuerdo el frío que hacia la mañana del 26… fuimos hasta la estación pero no subimos al tren porque nos comentaban que iba a estar medio picado… que nos querían reprimir… lo vi irse colgado del estribo del vagón, cuidando al resto… Ese pibe, ese pibe era Darío Santillán.

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